Doctrinal Statement
LAS SAGRADAS ESCRITURAS
Enseñamos que la Biblia es la revelación escrita de Dios al hombre y, por lo tanto, los
sesenta y seis libros del Antiguo y Nuevo Testamento, dados por inspiración del
Espíritu Santo, constituyen la Palabra de Dios. Es decir, enseñamos la inspiración
verbal plena de las Escrituras, que cada palabra es exhalada por Dios en todas sus
partes (1 Corintios 2:7-14; 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20-21).
Enseñamos que la Palabra de Dios es una revelación objetiva y proposicional (1
Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 2:13), infalible (Juan 10:35) y absolutamente inerrante
en los documentos originales, libre de toda falsedad, fraude o engaño (Salmo 12:6;
119:160; Proverbios 30:5).
Enseñamos que la Biblia constituye la única regla infalible de fe y práctica, y es
verdadera y confiable en todos los asuntos que aborda (Mateo 5:18; 24:35; Juan 10:35;
16:12-13; 17:17; 1 Corintios 2:13; 2 Timoteo 3:15-17; Hebreos 4:12; 2 Pedro 1:20-21).
Enseñamos que el Espíritu Santo de Dios supervisó de tal manera a los autores
humanos que, mediante sus personalidades individuales y diferentes estilos de
escritura, compusieron y registraron la Palabra de Dios para el hombre (2 Pedro 1:20-
21) sin error alguno, ni en su totalidad ni en las partes (Mateo 5:18; 2 Timoteo 3:16).
Enseñamos la interpretación literal, gramatical e histórica de las Escrituras, que afirma
que, si bien puede haber varias aplicaciones de un mismo pasaje, solo existe una
interpretación verdadera. El significado de las Escrituras se encuentra al aplicar
diligente y consistentemente este método interpretativo con la ayuda de la iluminación
del Espíritu Santo (Juan 7:17; 16:12-15; 1 Corintios 2:7-15; 1 Juan 2:20).
Enseñamos que la Biblia es la revelación escrita de Dios al hombre y, por lo tanto, los
sesenta y seis libros del Antiguo y Nuevo Testamento, dados por inspiración del
Espíritu Santo, constituyen la Palabra de Dios. Es decir, enseñamos la inspiración
verbal plenaria de las Escrituras, que cada palabra es exhalada por Dios de la misma
manera en todas sus partes.
DIOS
Creemos en un solo Dios vivo y verdadero (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:5-7; 1
Corintios 8:4), el cual es espíritu y existe eternamente con un poder infinito (Apocalipsis
1:8; Job 11:7–10). Dios todo lo sabe y Él esta en todo lugar (Isaías 45:22; Números
23:19; Hebreos 11:6). Dios es absoluto (Juan 4:24), sin partes (Éxodo 3:14; 1 Juan 1:5;
4:8), perfecto en todos sus atributos, incluyendo la incomprensibilidad (Romanos
11:33), la omnisciencia (1 Juan 3:20), la omnipotencia (Génesis 18:14), la
omnipresencia (Salmo 139:7-10), la inmutabilidad (Malaquías 3:6) y la aseidad (Éxodo
3:14; Juan 5:26).
Enseñamos que este Dios es uno en esencia e indivisible (con una sola mente, una
sola voluntad y un solo poder). Por lo tanto, enseñamos que Dios no es de nadie, ni
engendrado ni procedente (Juan 5:26); el cual se manifestó en cuerpo humano como el
Hijo de Dios, nacido de una mujer (Mateo 1:20; Lucas 1:31–35; Juan 1:14; 1:18; 3:16;
5:26; 2 Corintios 19); y el Espíritu Santo procede del Padre y es el mismo Espíritu del
Hijo (Juan 15:26; Romanos 8:9–11; Efesios 4:30).
Enseñamos que el Espíritu Santo habita en el corazón de los fieles seguidores del
Señor Jesús. El Espíritu Santo equipa a los cristianos con regalos espirituales (dones),
para el servicio de los demás. El Espíritu Santo guía al creyente en su búsqueda de ser
más como Cristo (Juan 14:15-26; Hechos 2:1-33; Romanos 8:1-27; Gálatas 5:16-23; 1
Juan 2:20-27).
Enseñamos que Dios ordena y dispone todas las cosas según su propio propósito y
gracia (Salmo 145:8-9; 1 Corintios 8:6). Él es el Creador de todas las cosas (Génesis
1:1-31; Efesios 3:9). Es soberano en la creación, la providencia y la redención (Salmo
103:19; Romanos 11:36). Como Creador, es Padre de todos los hombres (Efesios 4:6),
pero es Padre espiritual solo de los creyentes (Romanos 8:14; 2 Corintios 6:18).
Él ha decretado para su propia gloria todas las cosas que suceden (Efesios 1:11). Él
continuamente sustenta, dirige y gobierna todas las criaturas y los eventos (1 Crónicas
29:11; Hebreos 1:3). En su soberanía, no es autor ni aprueba el pecado (Habacuc 1:13;
Juan 8:38-47), ni limita la responsabilidad de las criaturas morales e inteligentes (1
Pedro 1:17). Él salva del pecado a todos los que vienen a Él por medio de la fe en
Jesucristo; Él adopta como Suyos a todos los que vienen a Él y así se convierte en
Padre para ellos (Juan 1:12; Romanos 8:15; Gálatas 4:5; Hebreos 12:5-9).
EL SEÑOR JESUCRISTO
Enseñamos que el Señor Jesucristo, es la perfecta revelación de Dios en carne a la
humanidad. El es completamente Dios y hombre. Dios, voluntariamente vino a la tierra
a vivir una vida humana sin pecado, para luego morir en la cruz, y así, sustituir el
pecado de la humanidad por su muerte en la cruz del calvario. Su resurrección al tercer
día manifestó su victoria sobre el pecado y la muerte (Isaías 9:6–7; 7:14; 45:24;
Jeremias 23:6; Mateo 1:18-2:12; Juan 1:1-18; Romanos 3:21-26; Colosenses 1:15-23;
Hebreos 1:1-13; 1 Timoteo 3:16).
LA SALVACION
Enseñamos que la salvación proviene completamente de Dios por gracia, basada en la
redención de Jesucristo —los méritos tanto de su vida de perfecta justicia como de su
sangre expiatoria— y no en méritos ni obras humanas (Juan 1:12; Romanos 5:18-19;
Efesios 1:7; 2:8-10; 1 Pedro 1:18-19).
Enseñamos que la salvación es un acto soberano de Dios por el cual, antes de la
fundación del mundo, eligió condicionalmente en Cristo a todos aquellos a quienes Él
regeneraría, salvaría y santificaría por su gracia (Romanos 8:28-30; 9:11-16; Efesios
1:4-11; 2 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 2:10; 1 Pedro 1:1-2).
Enseñamos que la elección soberana no contradice ni niega la responsabilidad del
hombre de arrepentirse y confiar en Cristo como Salvador y Señor (Ezequiel 18:23, 32;
33:11; Juan 3:18-19, 36; 5:40; Romanos 9:19-23; 2 Tesalonicenses 2:10-12;
Apocalipsis 22:17). Sin embargo, dado que la gracia soberana incluye los medios para
recibir el don de la salvación, así como el don mismo, la elección soberana resultará en
lo que Dios determine.
Expiación.
Enseñamos que el Señor Jesús, por su perfecta obediencia y sacrificio de sí mismo,
que ofreció al Padre mediante el Espíritu eterno (Hebreos 9:14; 10:14), satisfizo
plenamente la justicia de Dios (Hebreos 2:17; 1 Juan 4:10), propició la ira de Dios
(Romanos 3:25-26; cf. 1:18), procuró la reconciliación (Romanos 5:10) y adquirió una
herencia eterna para los redimidos en el reino de los cielos (Hebreos 9:15).
Enseñamos que todos los que creen en el Señor Jesucristo y son bautizados en su
nombre serán salvos, siendo perdonados de todos sus pecados y librados de la ira que
vendrá. Los que por fe acepten al Señor Jesucristo como su único y suficiente salvador,
recibirán la vida eterna, paz y seguridad (Juan 3:16; Marcos 16:16; Juan 6:35-40;
Hechos 2:36-39).
Regeneración.
Enseñamos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo mediante
la cual se renueva la naturaleza y la vida espiritual (Juan 3:3-7; 2 Corintios 5:17; Tito
3:5). Es instantánea y se logra únicamente por el poder del Espíritu Santo a través de
la Palabra de Dios (Juan 5:24; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23). Como resultado de esta
iluminación divina (2 Corintios 4:6), el pecador arrepentido, capacitado así por el
Espíritu Santo, responde con fe en Cristo (1 Juan 5:1).
Justificación.
Enseñamos que la justificación ante Dios es el acto (Romanos 8:33) en el cual Dios
declara justos a quienes, por su gracia irresistible, se arrepienten de sus pecados
(Lucas 13:3; Hechos 2:38; 3:19; 11:18; Romanos 2:4; 2 Corintios 7:10; cf. Isaías 55:6-
7), se convierten a Cristo con fe (Hechos 16:31; 20:21; Romanos 1:16; 3:22, 26;
Gálatas 3:22) y lo confiesan como Señor y Salvador (Romanos 10:9-10; 1 Corintios
12:3; 2 Corintios 4:5; Filipenses 2:11).
Enseñamos que la justicia de la justificación no se infunde en el creyente ni se alcanza
mediante virtud u obra alguna del hombre (Romanos 3:20; 4:4-6), sino que es la
declaración legal de nuestra reconciliación con Dios (Deuteronomio 25:1; Romanos 8:1,
33-34). Enseñamos que la justificación consiste en la imputación de nuestros pecados
a Cristo (Colosenses 2:14; 1 Pedro 2:24) y en la imputación de la justicia de Cristo a
nosotros (1 Corintios 1:30; 2 Corintios 5:21; cf. Romanos 5:18-19), solo por fe,
independientemente de las obras (Romanos 3:28; 4:4-5; 5:1; Gálatas 2:16; 3:11, 24).
De esta manera, Dios es “justo y el que justifica al que tiene fe en Jesús” (Romanos
3:26).
Santificación.
Enseñamos que todo creyente es santificado (apartado) para Dios en el momento de
su conversión, declarado santo y, por lo tanto, identificado como santo. Esta
santificación es posicional e instantánea, y no debe confundirse con la madurez
espiritual (santificación progresiva). Esta santificación se relaciona con la posición del
creyente, no con su andar o condición actual (Hechos 20:32; 1 Corintios 1:2, 30; 6:11; 2
Tesalonicenses 2:13; Hebreos 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1 Pedro 1:2).
Enseñamos que también existe, por obra del Espíritu Santo, la madurez espiritual o
santificación progresiva, la cual va creciendo en la medida que el creyente se armoniza
en su nueva relación con Dios y decide imitar la vida del Señor Jesús. Mediante la
obediencia a la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo, el creyente puede vivir
una vida de creciente santidad conforme a la voluntad de Dios, pareciéndonos cada
vez más a nuestro Señor Jesucristo (Juan 17:17, 19; Romanos 6:1-22; 8:29; 2 Corintios
3:18; 1 Tesalonicenses 4:3-4; 5:23).
En este aspecto, enseñamos que toda persona salva se ve envuelta en un conflicto
diario —la nueva creación en Cristo batallando contra la carne—, pero el poder del
Espíritu Santo que mora en nosotros nos provee la victoria. Sin embargo, la lucha
persiste en el creyente durante toda su vida terrenal y no termina por completo hasta
que ve a Cristo cara a cara (Gálatas 5:16-25; Efesios 4:22-24; Filipenses 3:12;
Colosenses 3:9-10; 1 Pedro 1:14-16; 1 Juan 3:2-9).
Seguridad.
Enseñamos que todos los redimidos, una vez salvos, son guardados por el poder de
Dios y, por lo tanto, seguros en Cristo Jesús (Juan 5:24; 6:37-40; 10:27-30; Romanos
5:9-10; 8:1, 31-39; 1 Corintios 1:4-8; Efesios 4:30; Hebreos 7:25; 13:5; 1 Pedro 1:5;
Judas 24).
Enseñamos que es privilegio de los creyentes regocijarse en la seguridad de su
salvación mediante el testimonio de la Palabra de Dios, la cual, sin embargo, prohíbe
claramente usar la libertad cristiana como excusa para una vida pecaminosa y la
carnalidad, pues expone su salvación (Romanos 6:15-22; 13:13-14; Gálatas 5:13, 25-
26; Tito 2:11-14).
La salvación genuina se manifiesta mediante frutos dignos de arrepentimiento,
demostrados en actitudes y conductas justas. Las buenas obras son la evidencia y el
fruto adecuados de la regeneración (1 Corintios 6:19-20; Efesios 2:10) y se
experimentarán en la medida en que el creyente se someta al control del Espíritu Santo
mediante la fiel obediencia a la Palabra de Dios (Efesios 5:17-21; Filipenses 2:12b;
Colosenses 3:16; 2 Pedro 1:4-10). Esta obediencia hace que el creyente se conforme
cada vez más a la imagen de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 3:18). Dicha
conformidad culmina en la glorificación del creyente en la venida de Cristo (Romanos
8:17; 2 Pedro 1:4; 1 Juan 3:2-3).
Enseñamos que la separación del pecado es un claro llamado a lo largo del Antiguo y
el Nuevo Testamento, y que las Escrituras indican claramente que en los últimos días la
apostasía y la mundanalidad aumentarán (2 Corintios 6:14–7:1; 2 Timoteo 3:1–5).
Enseñamos que, por profunda gratitud por la gracia inmerecida de Dios que nos ha
sido concedida, y porque nuestro glorioso Dios es tan digno de nuestra total
consagración, todos los salvos deben vivir de tal manera que demuestren su amor y
adoración hacia Dios, sin traer reproche alguno al evangelio de Jesucristo. También
enseñamos que Dios nos manda separarnos de toda apostasía religiosa y de todas las
prácticas mundanas y pecaminosas (Romanos 12:1–2; 1 Corintios 5:9–13; 2 Corintios
6:14–7:1; 1 Juan 2:15–17; 2 Juan 9–11).
Enseñamos que los creyentes deben estar separados para nuestro Señor Jesucristo (2
Tesalonicenses 1:11-12; Hebreos 12:1-2) y afirmamos que la vida cristiana es una vida
de justicia obediente que refleja la enseñanza de las Bienaventuranzas (Mateo 5:2-12)
y una búsqueda continua de la santidad (Romanos 12:1-2; 2 Corintios 7:1; Hebreos
12:14; Tito 2:11-14; 1 Juan 3:1-10).
LA IGLESIA
Enseñamos que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, lleno del Espíritu Santo para llevar el
mensaje de salvación a todas las personas. A través del amor y la gracia de Dios la
iglesia experimenta un cambio radical para expresar el amor de Dios al mundo
quebrantado por el dolor. Creemos que el Señor Jesús es la cabeza de la Iglesia, y que
El ha dotado de dones sobrenaturales a todo creyente para formar y construir su Iglesia
en unidad (Efesios 4:1-8; 1 Corintios 12:1-31; Efesios 1:22-23).
Enseñamos que todos los que ponen su fe en Jesucristo y son bautizados en su
nombre, inmediatamente son colocados por el Espíritu Santo en un solo Cuerpo
espiritual unido, la iglesia (1 Corintios 12:12-13), la esposa de Cristo (2 Corintios 11:2;
Efesios 5:23-32; Apocalipsis 19:7-8).
Enseñamos que la formación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, comenzó en el Día de
Pentecostés (Hechos 2:1-21, 38-47) y se completará con la venida de Cristo por los
suyos en el rapto (1 Corintios 15:51-52; 1 Tesalonicenses 4:13-18).
Enseñamos que la iglesia es, por lo tanto, un organismo espiritual único, diseñado por
Cristo, compuesto por todas las personas regeneradas (es decir, creyentes) en esta era
presente (Efesios 2:11–3:6). La iglesia es distinta de Israel (1 Corintios 10:32), un
misterio no revelado hasta esta era (Efesios 3:1–6; 5:32).
Enseñamos que el establecimiento y la continuidad de las iglesias locales se enseña y
define claramente en las Escrituras del Nuevo Testamento (Hechos 14:23, 27; 20:17,
28; Gálatas 1:2; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1) y que los
miembros del único Cuerpo espiritual deben reunirse en asambleas locales (1 Corintios
11:18–20; Hebreos 10:25).
Enseñamos que la única autoridad suprema de la iglesia es Cristo (1 Corintios 11:3;
Efesios 1:22; Colosenses 1:18) y que el liderazgo, los dones, el orden, la disciplina y la
adoración de la iglesia son designados por su soberanía, como se encuentra en las
Escrituras. Los oficiales designados bíblicamente que sirven bajo Cristo y sobre la
asamblea son los ancianos (también llamados pastores u obispos, Hechos 20:28;
Efesios 4:11) y los diáconos, quienes deben cumplir con los requisitos bíblicos (1
Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-5).
Enseñamos la importancia del discipulado (Mateo 28:19-20; 2 Timoteo 2:2), la mutua
responsabilidad de todos los creyentes (Mateo 18:5-14), así como la necesidad de
disciplinar a los miembros de la congregación que pecan, de acuerdo con las normas
de las Escrituras (Mateo 18:15-22; Hechos 5:1-11; 1 Corintios 5:1-13; 2 Tesalonicenses
3:6-15; 1 Timoteo 1:19-20; Tito 1:10-16).
Enseñamos que el propósito de la iglesia es glorificar a Dios (Efesios 3:21)
edificándose en la fe (Efesios 4:13-16), mediante la instrucción de la Palabra (2
Timoteo 2:2, 15; 3:16-17), mediante la comunión (Hechos 2:47; 1 Juan 1:3), mediante
el cumplimiento de las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42) y mediante la
difusión y comunicación del evangelio al mundo entero (Mateo 28:19; Hechos 1:8;
2:42).
Enseñamos el llamado de todos los santos a la obra del servicio (1 Corintios 15:58;
Efesios 4:12; Apocalipsis 22:12), y la necesidad de que la iglesia cumpla la misión que
Dios le encomendó, a medida que Dios cumple su propósito en el mundo.
Enseñamos que Dios escucha y responde la oración de fe, y responderá conforme a
Su perfecta voluntad para con los enfermos, los que sufren y los afligidos (Lucas 18:1-
6; Juan 5:7-9; 2 Corintios 12:6-10; Santiago 5:13-16; 1 Juan 5:14-15).
Enseñamos que dos ordenanzas han sido encomendadas a la iglesia local: el
matrimonio, el bautismo y la Santa Cena (Hechos 2:38-42). El bautismo cristiano por
inmersión (Hechos 8:36-39) es el solemne y hermoso testimonio del creyente que
manifiesta su fe en el Salvador crucificado, sepultado y resucitado, y su unión con Él en
la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida (Romanos 6:1-11). También es
una señal de comunión e identificación con el Cuerpo visible de Cristo (Hechos 2:41-
42).
Enseñamos que la Cena del Señor es la conmemoración y proclamación de su muerte
hasta su venida, y debe ser siempre precedida por un solemne auto-examen (1
Corintios 11:28-32). También enseñamos que, si bien los elementos de la comunión
solo representan la carne y la sangre de Cristo, la participación en la Cena del Señor
es, sin embargo, una comunión real con el Cristo resucitado, quien mora en cada
creyente y, por lo tanto, está presente, en comunión con su pueblo (1 Corintios 10:16).
